2010-09-21

Poderosamente débiles, CVR


Ensayo sobre débiles De Alberto Villarreal
Producción 2010 Teatro el Galeón Lunes a las 20 hrs. hasta el 5 de octubre (créditos)


Los actores nos esperan de frente a un teatro vacío, les entramos por el costado pero se nos acabarán poniendo enfrente, muy enfrente, tan enfrente como se pone un amigo de otro al que se le hace una confesión.
Los actores son la carne de cañón, los que tendrán que soportar maldiciones y escarnios frente a “la audiencia” que no tiene más remedio que terminar llorando por las cosas que oirá, por las cosas que tendrá que decidir. Y no sólo durante los 100 minutos de la representación. El Ensayo sobre débiles apunta a hacernos estremecer, a mostrarnos nuestra vulnerabilidad, nuestro “patetismo” y claro, sobretodo y ante todo, el de los actores.
En un momento se pide al público que decida a quién debe darse un baño de jitomatazos, o más bien a quién se le deben lanzar inmisericordemente tomatazos y esto hace sufrir a más de uno y una.
Los actores se confiesan idealistas, megalómanos que quieren tener al mundo a sus pies y que no hacen sino recordar parlamentos de otras obras, el lobo que aúlla dentro de la vaca.
Uno es el joven fuerte y rudo y galán, otro el viejo del que su mujer está enamorada pero que no la soporta y mientras peor la trata más se enamora, la otra es una meserita de restaurante cincuentero con una minifalda de esbeltas y torneadas piernas, y otro es personaje controlador y maldiciente que quiere sobresalir a fuerza de palabras, pero luego dejan de ser eso y son seres humanos, que juega a la “actuación”, imitar es de buena suerte, por eso las aves lo hacen, dice la vieja esposa enamorada, eso es lo que estamos haciendo, imitar para que nos aplaudan.
Bueno, es lo que están haciendo los actores, pero estos actores, bueno este director nos hace actuar, nos hace decidir el desenvolvimiento de la trama, nos invita entrar en la peripecia: es decir nos deja entrar en el destino de un “personaje”, que no es un personaje sino un actor, y a uno hay que condenarlo, nada menos, que a convertirse en espectador (al mismo al que se fusila con jitomates).
¿Cómo es posible que el espectador se identifique de tal forma con el actor que comience a llorar por él? No es del actor, es del “personaje” con quien sufre y llora, el actor es una persona insignificante, más que un obrero o un minero, ni siquiera con la fuerza y la temeridad de éste último ¿o no?
Al hacernos decidir, al hacernos entrar en el juego de la escena nos dicen que somos actores aunque no lo creamos, siempre actuamos, hacemos un mutis cuando nos conviene o una aparición forzada dónde nadie nos llama, no hay escape, estamos condenados a actuar y además, por magistrales que nos parezcan y nos acerquen a nuestros fines, nuestras actuaciones serán olvidadas próximamente, en el tiempo geológico ni un rastro quedará de nuestro lúcido parlamento.
Después de la función de hoy me enteré de muchos secretos, más o menos opresivos que esconde la vida de mis semejantes, me dí la oportunidad de participar en la creación efímera que sirve para desatar carcajadas y atar nudos en las gargantas, para sentir en plenitud, y nada más a cambio de la vergüenza que me puede procurar el que asomen mis lágrimas en público.