2021-09-09


Lo que viene y lo que se va Carlos Vidali Rebolledo 20210909



Ruinas del futuro Franco Arocha

De madera y aire Jeffly Gabriela Molina

Galería Enrique Guerrero

20210907-20211030

La galería Enrique Guerrero está en la colonia San Miguel Chapultepec de la CDMX. Es un espacio abierto, literalmente, una puerta da acceso a lo que parece desde fuera una casa colonial semiabandonada. Se entra a un gran patio, una media casa romana, las habitaciones se disponían alrededor del espacio reservado a la carga y descarga o al descanso de las bestias, o al juego de los niños. Las puertas de las que fueran habitaciones, cocinas, salas, comedores han sido abatidas, y en cuanto a puertas hay que especificar, fueron retiradas. Entonces el visitante se pasea frente a una serie de salas siempre abiertas y con altos techos.

El blanco de las paredes, columnas y arquerías es luminosamente blanco, gracias a la iluminación que se desborda del techo en potentes leds cilíndricos y largos. Todo recién pintado después de ¿cuán pocas exposiciones durante la pandemia infinita? Difícil conseguir estacionamiento cerca de la galería, lo que en días lluviosos, como el de esta inauguración, puede ser incómodo.

La sala de la entrada, donde alguna vez hubiera una gran cocina, anida las cuatro obras de Jeffly Gabriela, una mujer menuda de altos tacones, larga cabellera negra y con un talento especial para el retrato, el surrealismo, la caligrafía y la decoración. Su díptico está compuesto por dos telas pintadas al óleo, una de las cuales es un detalle de la primera: dos mujeres: una no tan anciana ocupa una silla con brazos junto a una orquídea a la izquierda y otra mujer, joven, de larga cabellera oscura se sienta a su lado y la mira, mientras la mayor se concentra ensimismada una hebra invisible de hilo. La mujer joven, autorretrato de la autora, tiene una calidad transparente que nos permite ver a través de ella, hacia un baño luminoso donde una vieja desnuda toma una ducha. Sobre las paredes de la habitación hay un cuadro con flores, otro con una mano que toma y da, y un retrato en blanco y negro del el amor de la vida de la abuela, el abuelo joven. El otro cuadro del díptico, un poco más grande, presenta un detalle del baño luminoso, su coladera a la mitad por la que se drena la casa para limpiarla, en esa coladera nace una flor. Hay un texto manuscrito fantasmalmente sobre el cuadro realista que cuestiona hechos, palabras y fe (14 mil USD cada una de las partes).

Tuvimos la suerte de que la pintora, obligada a portar barbijo en todo momento, nos explicara su composición y las dificultades e intelectualizaciones que la llevaron a producir una obra tal, de 147  y 152 cm2 respectivamente: “La anciana es mi abuela, que ha sido diagnosticada con Alzheimer y está perdiendo la memoria, de ahí que esté yo junto a ella como despareciendo, transparentándome. Las coladeras en las casas venezolanas (de donde es oriunda la artista) son una especie de vórtice por donde se va yendo tanto la mugre como todo lo demás, por eso aparece en ambos cuadros, en el segundo como un motivo de esperanza. Esta obra es mi pasado.”

El presente de la artista es su vida matrimonial, lo que nos queda claro gracias a un retrato al estilo renacentista de su reciente marido (51 x 114 cm, 5 mil USD), haciendo entrega de una diminuta florecilla, como se ve en algunos cuadros de ese periodo que inspiraron a la pintora. La tercera obra, manumentalesca, 197 x 187 cm 16 mil USD , está dividida en viñetas y habla de la futura casa de la artista, donde sombras, mariposas, pies, un retrato de su madre otro de su abuela y su autorretrato desnudo realizado a partir de un dibujo de su marido conviven en azules más o menos profundos entrecortados por colores carne. La profundidad, las sombras, las transparencias, los huevos, la firmeza de la pisada y un más allá ascendente interesan a esta energética pintora.

Del otro lado, en lo que sería la habitación principal de la vieja casa porfiriana se aloja la copia (180 x 300 cm, 25 mil USD) realizada por Francho Arocha con lascas de pintura robada de la ciudad de México del Gloriosa victoria de Diego Rivera (1954). También podemos ver una reproducción tamaño tabloide del famoso mural portátil que permaneció perdido en la URSS-Rusia varios años y que fue rescado para ser expuesto en Guatemala en 2010.

El efecto producido por el "collage" de pinturas, de las lascas de pintura pegadas sobre madera, da a la copia un carácter caricaturesco, las expresiones faciales están borradas o a penas delineadas, pero la expresión del conjunto descansa en la densa pintura y el color, más que en el signo-símbolo afilado que interesa al Sapo-Rana. Tanta es la capacidad evocativa de la obra que un insecto hoja se camufló sobre uno de sus árboles durante inauguración de la exposición.

El artista guatemalteco se ha exiliado lógicamente en México, en definitiva la vida para un alma joven y con voluntad de experimentar se orienta hacia la CDMX más que hacia la Antigua. Con un nacionalismo renaciente, el artista asume con esta obra lo terrible y agachón que puede ser un guatemalteco, el personaje central con pistola y dinero, que mucho tiene de mexicano: a fin de cuentas ambas nacionalidades nacen en la misma cuna y abrevan del mismo torrente.

En las otras dos salas, el pintor mancha las hojas del libro México negro (que habla también de ese agachonismo tan mexichapín) con smog y las enchincheta a la pared. Este arreglo alimenta la curiosidad en el espectador, quien desea ver el polvo decorando aleatorio y sorprendente las palabras de un libro que no ha tenido necesidad de actualizarse desde 1986. Esta es una instalación única de 315 páginas del libro intervenidas. La obra se cotiza en 8 mil USD.

Dos artistas de abajo del Usumacinta y el Arauca que es un placer tener entre nosotros (la venezolana radica en EEUU) y que juntas llenan un gran espacio, dando pie a la reflexión, la convivencia y el disfrute de la actividad estética en convivio, una forma de que las emociones se nos contagien y contagiar encantados de hacerlo. Siempre será agradable estar juntos viendo obras hermosas, lo que podríamos llamar “monumentos”, definidos por Arocha como “gestos materializados que hasta ahora habían vivido en mi mente como ruinas del futuro”. (https://bit.ly/3yYCIis)