Decadence

Ya pasaron las primaveras floridas
y los veranos de lasciva resolana.
Se acercan otoños borrascosos
y el crudo invierno de la tumba.

Afortunadamente el dolor no se acumula,
a diferencia de las alegrías
que al revivirse iluminan la mirada.

Este artefacto, perfecto y perfectible,
que en andas transportaba a mi alma
como si fuera un pasajero sosegado,
ya la va espantando con rengueos intermitentes
y con frecuentes eructos exaltados.

Viendo hacia atrás no queda
sino un vástago que con suerte
será fuerte, rozagante, valiente y honorable.
Ya es bastante.
Porque nada más cicuta amarga
ha sembrado este cuerpo decadente
(pasiones desbordadas y no correspondidas,
pleitos por dos pesos y una vida de trabajo,
alguna amistad eterna que lo recuerde por instantes).

¿Seguirá esta inmensa piedra,
la madre Tierra que le llaman
y que de madre tiene solo el nombre,
produciendo engendros que pretendan
combinar palabras siempre huidizas
con el perverso fin de acercarse
a lo que pretenciosamente se  llaman poesía?